lunes, agosto 01, 2005

De la Delincuencia o de como se reorganizan nuestros miedos

De la Delincuencia o De Como se Reorganizan Nuestros Miedos
Lilian Letelier V.

Norbert Lechner habría estado interesado en hablar sobre la delincuencia si en efecto esta conversación hubiese estado remitida a una búsqueda de comunidad perdida, o al menos a la instauración de un sentido que remitiese, en unas cuantas preguntas, a elaborar el cómo los miedos de los chilenos y chilenas sumados a la obsesión por la construcción del orden pos gobierno burocrático militar más los traumas y divisiones sociales heredadas de nuestra historia reciente vinieron a sustituir las preocupaciones por cuidar, proteger nuestra vida cotidiana, barrial, vecinal. Incluso si el sentido llevará a redefinir el rol del estado subsidiario o protector. Pero claro, esta conversación sería posible, no en el contexto de la extensión o reconversión del concepto de la Seguridad Nacional hacia el de la Seguridad Ciudadana con el cual a partir de los 90 venimos observando la clasificación de las acciones y comportamientos de los out sides que por cierto en forma maniquea y facistoide nos imbrica “sobre - ideologizadamente en los tiempos electorales actuales”, en falacias dicotómicas del tipo: delincuencia concertacionista versus ciudadanía piñerista y lavinista.
En verdad, la derecha le pasó el primer gol cultural a los gobiernos de la concertación cuando semantizó la necesidad de cohesión, de pertenencia ciudadana y la búsqueda de protección en transición, y posteriormente en democracia, desde un Estado desmantelado por el neo liberalismo económico y financiero, desmantelado de protección de los derechos humanos, políticos y sociales guiado por el modelo de la Seguridad Nacional que nos ponía a nivel interno en contra entre los mismos chilenos: de un lado los marxistas leninistas, rojos, ateos, come guaguas, y de otro, a las fuerzas de seguridad y orden que nos habían cuidado, protegido durante 17 años y nos habían extirpado de raíz este cáncer. A un Estado cercenado en su gestión política por una Constitución, la del 80, y por un modelo económico que autonomizado en su operatividad obligó a varios a la negociación de los negocios del Estado, valga la redundancia.
En efecto, al inicio de la transición y posteriormente con el gobierno de Frei y Lagos, la clasificación siguió siendo la misma, solamente que ahora para no tocar el tema de la distribución desigual, la acumulación de la propiedad y la riqueza en pocas manos empresariales, la incapacidad de modificar los contratos laborales, la situación de la empleabilidad, de la educación, etc., en los sectores pobres clasificados como D o E según sea el caso en cualquier estratificación social, se acuño la terminología de la “seguridad ciudadana” para mantener el control no solamente de la conversación sobre el orden social, sino el control ideológico de la tipificación de las anomias sociales emergentes al problema de las contradicciones de clase.
Los chilenos y chilenas de la estratificación ABC1 2 y 3 no debían temerles a los funcionarios de terno y corbata o terno y falda que se ganan la vida vendiendo seguros, inscripciones en AFP, a Isapres, tarjetas de múltiple uso y cuyos gerentes o directores a final de cada año se cobran ganancias estratosféricas que ni ellos mismos consiguen explicar en que las gastan. Para que vamos hablar de los impuestos ad hoc a las letras chicas, o las conversaciones “grabadas” de empresas telefónicas que vía asistentes especiales nos adjuntan sin mediar firma alguna de nuestra parte, contratos por usos que jamás haremos y de los cuales cuesta un horror zafarse. No. Había que temerles a los jóvenes callejeros, pandilleros, flighters, raperos, drogadictos todos. A aquellos que en la calle están prohibidos de participar de la economía formal como bien señala Doris Cooper en la Nación Domingo del 2 de octubre (2.005): “monreros, lanzas, mecheros, cuenteros, atracadores”. Y se agregan ahora las “niñitas araña” provenientes de tomas como la de Peñalolen.
Tardía, postergada, mal hecha pero no imposible se propone la conversación sobre la delincuencia y su dimensión juvenil. La derecha arremete otra vez con gol y tejo pasado. Y por cierto la concertación y la respuesta de M. Bachelet fuera de reconocer que la forma es inconveniente y dañina para la ciudadanía porque busca vehicular el temor en un simulacro de campaña del terror, un revival innecesario de la cultura ochentista de la seguridad nacional, deja un espacio que muestra el fondo del problema. Y el fondo, pasa por redefinir los parámetros tradicionales con que se han elaborado las políticas públicas y sociales al respecto.
En este sentido hay mucho paño por cortar y sería aconsejable que el gobierno que liderará la Dra. Michelle Bachelet se propusiera precisamente reorganizar cuando no remover a través de la salud pública la compleja cuestión de los miedos e inseguridades conforme han sido implantados en los sectores medios de la población chilena, junto con absorber la cuestión carcelaria, la cuestión de la re inserción social de los primerizos, la educación en la pobreza, etc. Todo eso, solo para empezar.
De la elaboración de Nuestros Miedos a los Delincuentes

Desde ciertas visiones filosóficas, la seguridad del ciudadano puede resultar ser una búsqueda obsesiva de un estado inalcanzable. En este sentido puede llegar a ser la instalación de mecanismos de control y de administración de la propia vida y por proyección, instalación, gestión y control a la de los demás en una dinámica perniciosa donde la catástrofe le hace el juego a los delirios persecutorios de la mente paranoica.
Desde la libertad o la vivencia en la des estructura pueden emerger también otros síntomas y comportamientos. Una cierta compulsión a aceptar la administración de la vida doméstica. Una aversión a aceptar ese rol o función sobretodo si se ha elaborado la construcción cultural de la diferencia sexual. Están en efecto los dos polos de los comportamientos. Y la mente trabaja de un lado tal vez para que esta permita desarrollar una suerte de pánico hacia la estructura del tiempo, hacia los horarios, hacia las normas, hacia la instauración de cláusulas, hacia los compromisos afectivos de largo alcance donde no se ponga en jaque precisamente la ruptura de compromisos y acuerdos afectivos.
Desde otro lado aparece la compulsión y obsesión precisamente por la construcción para asegurar y mantener el orden, desde la seguridad. Y en verdad con el supuesto que no se trata de cualquier orden o de órdenes, es un orden que debe jurídicamente asegurar la manutención de “mi estilo de vida” porque este tiene primacía, y se ha legitimado desde la propiedad privada y su concentración. Desde esta visión de orden social el individuo no es ciudadano y por lo tanto su vida no aparece asociado a la comunidad donde habita y que lo habita, al barrio, al condominio, a la calle que transita y los amigos y amigas que lo pueblan. En efecto, se ha construido una distancia social mediada por vehículos, automóviles, distinciones de gustos, ropas, con “cosas que ocurren en el barrio fino de la gente fina” que la cohesión social no aparece, ni se visualiza como posible. Y en verdad, lo que aquí tenemos entonces es una comprensión de seguridad vehiculada a través de una demanda destemplada que por cierto no cae en un depósito neutro e histórico de los chilenos y chilenas. Cae sobre un soporte de educación en el miedo, baja autoestima, arribismo y clasicismo. Y la discusión de la opinión pública y la instalación en los medios no apunta hacia la revisión de una suerte de “legalidad natural” que haría la diferencia entre los negros y los blancos, los ricos y los pobres y justificaría las distinciones arbitrarias por ejemplo. Tampoco evalúa los proyectos que se han instalado que permitan revisar los resultados y las reconversiones delincuenciales o el tratamiento y la reclusión de los delincuentes.
Hacia la educación sin más esta representación mental de seguridad, está basada en aplicación de esquemas donde el disciplinamiento del cuerpo, en la actualidad narcísico tiene primacía, o hacia la rigidez apolínea de ciertas formas privilegiadas por el canon. Esto se traduce en una exigencia a los hombres adolescentes, los cuales deben ingresar a los liceos públicos con el pelo corto, sin aros en la oreja, de uniforme porque su masculinidad debe inscribirse en un padrón. Las adolescentes mujeres no pueden tampoco usar aros grandes, ni pinturas para destacar demasiado sus formas en los ojos o en la boca aunque estas reglas son más leves en su cumplimiento. Pero en general ambos sexos, a esa edad, no pueden ingresar pintados.
Finalmente, desde una postura filosófica, la seguridad de la vida humana radica precisamente en constatar la impermanencia del existir. Es decir la constatación de la inestabilidad de la vida. Desde la vulnerabilidad que se advierte en el acto de respirar, minuto a minuto, momento a momento singular, al acto de comenzar a disfrutar de esos pequeños detalles de bienestar íntimos, y comunitarios al ritmo no ya de la naturaleza, sino que de los ritmos terráqueos.
La dimensión de la vida aquí es una ahora al cual solamente se le pueden solicitar buenos auspicios en el sentido de futuro, se le puede solicitar bendiciones y protecciones, cuidados, logros, pero no seguridad. Y es por eso que resulta destemplado que se le solicite a una entidad como el Estado que garantice lo imposible. En efecto, esta vivencia de cuidado más que de seguridad radica en la comprensión budista de la impermanencia. Por eso, esta la idea de soltar ese sentido de control exacerbado, del no apego sobretodo a las relaciones provenientes del deseo, los miedos, las rabias, los celos, y todo aquello que envuelva y extienda el sentido de propiedad del ego en este mundo.
Y en este contexto lo único que devuelve a los pasos andados es la pregunta diaria, mañanera o nocturna sobre las proyecciones de la mente, como cuando nos obsesionamos con las personas, las cosas, los objetos, los cargos públicos, los egos e identidades que hemos alcanzado e incluyen “esta” vidita y que nosotros, algunos sobre ponderamos en nuestros egoísmos fatuos.