martes, marzo 01, 2011

Ese Desencanto llamado Democracia


Durante la década de los setenta y ochenta no nos gustó la dictadura o los gobiernos burocráticos militares, entonces nos organizamos y luchamos para reemplazarlos por la democracia porque considerábamos que era una forma superior de gobierno. Una expresión más civilizada de participación social. A 20 años de instalación de sucesivos gobiernos democráticos experimentamos un desencanto profundo y un desafecto de la misma. Aunque consideramos, en comparación, que sigue siendo mejor que la dictadura, nos hemos ido alejando de la gobernabilidad que nos ha propuesto sea como forma de representación y selección de los líderes o dirigentes o elite, como vivencia de la integración social, como experiencia de la equidad distributiva de los ingresos, de lo que sea la encarnación de la justicia social, de la participación, la pertenencia y la cohesión social, sea finalmente como evacuación de políticas públicas. Al punto es así, que el desencanto hacia la democracia nos está llevando como sociedad hacia un descentramiento de la vida ética y de los principios de mínimos y máximos que debieran orientar nuestra vida en comunidad.

De algún modo hemos ido detectando en la construcción de la distancia y el desafecto que quienes deberían preocuparse de nuestro bienestar, es decir, los gobernantes en su amplia acepción, no lo hacen, no lo vienen haciendo, demoran el logro de la solución de nuestros problemas, y que el sentido general de protección del medio ambiente, del entorno donde vivimos, de la cultura que necesitamos para sobrevivir y que desarrollamos no nos genera paz ni afirmación desde la propia existencia humana.

No queremos volver a la dictadura, pero esta democracia que se disloca fácilmente hacia la corrupción del sentido del dinero y de la riqueza, que se disloca en el entendimiento de lo que es la participación y la preocupación por el Bien Común con la consecuente perdida y desubicación del quehacer de quienes han sido electos para liderarnos, nos viene generando en la subjetividad una sensación de término de momento histórico en términos humanistas, ya que no se hace evidente ni comprensible el sentido constructivo racional, ni civilizatorio ni evolutivo de nuestras formas de organización ni del tratamiento que le estamos dando a nuestro entorno en lo local y al planeta. Esta inflexión dicho sea de paso, implica comenzar a diseñar una nueva visión no solo de gobernabilidad sino de gobernancia que por cierto debemos construir entre todos y todas. Se trata de una noción de gobernancia que indudablemente cuestiona los cimientos del ordenamiento político vigente principalmente construido desde la ego- manía, la neurosis y porque no decirlo el consumo, el materialismo exacerbado, la instrumentalización de las relaciones en el contexto de la globalización.

Sin embargo, la precariedad y la vulnerabilidad de la actual democracia radica preferentemente en la pérdida de vínculos genuinos, auténticos, entre quienes son electos para gobernar y sus electores. La democracia se hace cada día mas inestable precisamente porque aumenta la distancia social, aumenta la desconfianza en los gobernantes, aumenta la falta de credibilidad en sus formas de ejercer liderazgo porque la ciudadanía palpa la falta de un genuino interés y preocupación por ellos y ellas, todos los miembros de una comunidad, nación. Es cierto que esto es la oligarquización de la democracia, sin embargo, aunque sabemos nombrarla no tenemos para ella antídotos precisamente porque los propios integrantes de este proceso no están capacitados para verse a si mismos en esta contradicción. En verdad, están encerrados en su propia constelación como en el reino de los dioses o semidioses.

Por otra parte, no existe peligro de involución hacia formas de gobierno autoritarias y represivas sustentadas en el dominio de la fuerza militar o ideológica conservadora, pero tampoco existen caminos para avanzar hacia una forma de organización política centrada en el bienestar común que ponga el acento en la autenticidad, en la cooperación, en la integración, en el conocimiento y la sabiduría. En este contexto entonces, tampoco sabemos cuales serán las formas de detectar nuevos liderazgos ni como deshacernos de aquellos que nos suenan a pervertidos. En ese cruce, estamos estancados.

Estamos estancados porque precisamente el orden del discurso político continúa anclado a significados y sentidos de un referente caduco o en descomposición construidos en los últimos cincuenta años: el eje dictadura/democracia y su respectiva organicidad. Con la salvedad que, teniendo la experiencia de ambas formas de gobierno, ninguna hoy día nos compromete o mejor dicho nos involucra. Y el nuevo accionar, aún no emerge con continuidad como para generar una lectura, un orden. Es un proceso de ontología del lenguaje que interpela a toda la ciudadanía y cuya visión es probable que trascienda también las ideas políticas y los posicionamientos de centro, izquierda, derecha porque debería involucrar un cambio de paradigma.

Estamos de algún modo viviendo el agotamiento de la Democracia de las desigualdades sociales y las inequidades distributivas en la era de la globalización. Y la temporalidad que esta experiencia en términos ciudadanos requiere no es desconocida. A diferencia de la dictadura que tenía urgencia, acá, al parecer, no tenemos fecha ni plazos.