domingo, abril 08, 2007

De la Unidad y Lealtad


La mayoría de los políticos connotados e incluso la actual mandataria desde hace un tiempo vienen solicitando Unidad de la Concertación para poder salir de la crisis de gobernabilidad en la cual se mantiene desde que el movimiento de los pingüinos hiciera escuchar su voz, pasando por el movimiento ciudadano en torno al colapso del proceso de modernización del transporte santiaguino.
Dicha crisis afecta con mayor o menor intensidad por una parte, al gobierno de Bachelet, por otra, a la coalición de partidos que hacen de soporte, y últimamente a la posibilidad de re elección, ergo a la continuidad de un quinto gobierno, lo cual indicaría a estas alturas, que el estado de cosas está afectando al capital político de la Concertación y por lo mismo se interpela al ordenamiento en la lealtad entendida como el silenciamiento de los conflictos internos, a la homogeneización para restaurar lo que se entiende devendrá en una lesión grave de la confianza. Se trata de un sometimiento, o si se prefiere un "disciplinamiento" a lo que se entendía fue la cultura de la transición democrática, a saber, la política de los consensos coordinada por la oligarquía democrática de una elite transversal.
Sin embargo, empezar por cualquiera de los tres ámbitos donde se sitúa la crisis no tiene sentido si no se interroga al mensaje solicitado: Unidad. En verdad, tampoco hace sentido si la misma apelación no se piensa en el contexto histórico de elegir a la que se constituyera en una esperanza significativa para los chilenos y chilenas de tener a la primera presidenta mujer en la historia de Chile con un compromiso de ampliar ciudadanía a través de la paridad, la equidad y la profundización de la democracia, sobretodo precisamente entendida como "emergencia de la diversidad" excluida de la gobernabilidad, administración y distribución durante los 16 años de gobierno anteriores a Bachelet.
Por cierto, se le suma a la crisis, el desgaste no solamente de los mismos rostros y familias de rostros en pantalla o en el escenario político, sino además, los síntomas de corrupción, manejo y circulación de prebendas del Estado en un círculo cerrado a la elite nepotista, y/o enriquecimiento asociado a la misma.
En efecto, los cambios de gabinete realizados dicen mucho más a la luz de estas consideraciones y variables, que a la luz de otras insinuaciones como el logro de efectividad. Y, como bien expresarán los electores, solamente el próximo año se dilucidará si este híbrido de cultura política propuesto y encarnado a través del Ministro Secretario General de la Presidencia conforma y mitiga las necesidades profundas de transformación que requiere la participación en Chile, o si, como se visualiza, los llamados no tienen el anclaje esperado porque lo cierto es que, todo el sistema político de representación está en crisis y el cambio cultural ya ha sido gatillado.
Como bien se sabe a través de los estudios de opinión, tampoco la Alianza consigue proponer o hacer una oferta país que cambie la imagen ya instalada en la ciudadanía en relación a que unos pocos deciden y cortan como se reparten la torta 15 millones de habitantes, y aunque Sebastián Piñera en el pasado fue perdedor por ser precisamente el representante de esta oligarquía financiera y económica, hoy ostenta como nunca, cierta credibilidad precisamente, y esto es lo insólito, porque no esconde quién es. No enmascara su realidad. Y al parecer la ciudadanía comienza a inclinarse hacia esta suerte de “magia” que le chorrea también al candidato UDI Longueira en relación con su dureza. El capital de empatía que sostuvo a Bachelet, se comienza a traspasar no a los macuqueros, negociadores, articuladores, panzer o como se les llame, sino a quienes no oculten lo que son con tics incluidos.
En verdad en este horizonte de comprensión, se podría pensar que la Unidad y Lealtad solicitada es un intento desesperado para que la población olvide que el actual Ministro dejó de ser senador al iniciarse este periodo de gobierno, pasó sin respiro a dirigir una Isapre, un negocio privado, por el que fue cuestionado en términos de ética de la responsabilidad, y por cierto que ahora en la actualidad, neutro de su historia reciente, se embarque como funcionario público de alta responsabilidad en la defensa de una ley de Previsión Social. Por cierto, se trata sin más de un llamado a la incongruencia o a la inconsistencia, al retorno de la esquizofrenia que ya no resulta ser un detalle para la gobernabilidad.
En este mismo sentido entonces, se entiende que no van a cambiar demasiado las cosas, porque no hay esfuerzo político destinado a morigerar la redistribución desigual. Otro modo de decir, que en estos tiempos la lealtad comienza a ser medida como una lealtad con el pueblo, con la gente o con la ciudadanía; y no una lealtad con el partido político o la asociación de partidos, ni con el gobierno. Ni mucho menos con una élite mandatada y enriquecida después de 17 años y más al término de Bachelet. Otro modo de decir que la Unidad solicitada no tiene espacio ni resuena en la ciudadanía como una vuelta atrás, sino como una profundización de la democracia con el objetivo de empoderar a aquellas y aquellos que aún permanecen y han permanecido al margen social. Y por lo tanto en la apariencia, en el reino de la imagocracia, el gobierno gana en orden, gana en efectividad, gana si se entiende como una operación destinada al salvataje. Gana en manejo de la agenda como dicen muchos. Pero pierde en sustancia, en sello propio, en promesa y compromiso.

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