La escritura que da cuenta de una opinión o reflexión política del mundo en este caso nacional o comunal más que ordenar datos y editar posiciones supone armar una posibilidad de subvertir coordenadas de interpretación. Y por cierto nada más lúcido, más exorbitante, excitante y glamoroso que redimirse y entregarse a la donación de significados.
La escritura por muy crítica y ácida que resulte tiene la intención de producir el desencuadre, el desencaje, el descentramiento, y por sobretodo, el propio, cuando no hay lector o lectora a la vista. Por eso mismo, más allá de la hermosa desnudez de la cuarentona Bolocco cautiva de su propia imagen y de la imponente discursividad política presidencial del 21 de mayo, cautiva de la pragmática: no hay escritura.
Y no hay escritura porque o salta a la vista la perplejidad, o la contemplación, o la saturación, o el espesor de la expresión de las diferencias sexuales bajo el dominante simbólico masculino, o todas esas formas del ánimo juntas, cuando lo que se busca es precisamente proponer una lectura para el estado de cosas vigente o imperante.
Lo cierto es que no hay escritura que coyunturalmente pueda hacer de soporte para armar el hilo conductor entre la praxis y la palabra, porque en el escenario no hay movimiento, no hay transformación, no hay acción. Ni siquiera la propia. Por cierto Bolocco y Bachelet monopolizan la opinión pública en una versión androcéntrica de reproducción, claro está.
Tal cual como lo propusiera Norbert Lechner, de algún modo la escritura busca aportar a la construcción de un orden social y político deseado y posible, en la tensión de la pulsión transferida y en transferencia. Sin embargo, cuando la referencia de la escritura en este ámbito tiene por horizonte obligado: la imposibilidad, la visión anticipada de la derrota, la reiteración de la escena plutocrática inequitativa, en un juego voraz de simulación ininterrumpida, donde la instalación del engaño bajo el flash - click - flash - click del encantamiento seductor fotográfico busca aletargar una y otra vez a la ciudadanía, entonces, es que el cuerpo de la otrora reina de esta cuarentona belleza es un símil de la larga y angosta faja de tierra. Y por cierto la exposición de su desnudez, un icono insospechado de realización libertaria bajo una estruendosa carcajada como de goleada en el Estadio Nacional. Expresión y expansión maravillosa de un cuerpo sexuado femenino liberado en tierras extranjeras por un hombre cualquiera, fácil de olvidar, y para el que por cierto no se necesita ni se necesitara memoria.
A diferencia y solo a distancia, cuando la referencia de la escritura se debe enmarcar en la pompa del cuerpo presidencial sexuado mujer que a su vez busca mostrar la potencia de un meta-relato narrativo en medio de la reiterada negación androcéntrica, patriarcal y machista ocurre la habituación, la saturación. Entonces, la búsqueda de significación sucumbe ante la inminente instalación histérica y frenética por constituir un simbólico que a modo de paradoja cada día se desabastece, se vacía y deja hacer al saqueo. Se trata de un cuerpo cautivo y cruzado a la administración por el tráfico de capitales de las familias oligárquicas mandarinas.
En efecto, es tal la disparidad y el disparate que se da entre un referente y otro como medidas en la opinión pública: ambos cruzados por la fetichización de los poderes que representan, que se anestesian las sinapsis. Ambos modelos dejan extática, paralizada. Se profundiza entonces la incredulidad y el sarcasmo, el humor negro o amarillo para hablar de aquello, al punto de comenzar a reconocer en el resentimiento social un motor posible de ordenamiento de la escritura crítica. En ese horizonte momentáneo entonces está el silencio como significante de la caída o la risa como gesto improvisado. En la ante sala, todavía un pudor raro como de psicoanálisis ante lo impúdico del robo, del hurto, del asalto a mano armada, del chantaje organizado de la burguesía oligárquica machista y “democrática” que nos toca en suerte padecer.
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