miércoles, julio 25, 2007

El liderazgo de Camilo Escalona en el Partido Socialista


Desde hace algún tiempo se viene construyendo en la opinión pública la necesidad de evaluar el liderazgo ejercido por los presidentes de los partidos políticos de la concertación en aras de definir y delinear la gobernabilidad, y lo que es y sea su forma insertarse en el actual gobierno de la presidenta M. Bachelet.
En efecto, parece más sensato comenzar por el liderazgo testarudo, impreciso, destemplado en juicios y de anteojeras ejercido por Camilo Escalona presidente del Partido Socialista. Sin embargo, antes de la crítica lo primero que se debe aclarar es que: de todas las tendencias que se articulan al interior del Partido Socialista, la que lidera Escalona junto al Tercerismo y un sector de la Mega Tendencia ha sido y es la más sólida, la que concita más adhesión militante, más coherencia, y por lo tanto, es en este contexto, que existió un incuestionable apoyo electoral a su candidatura, suponiendo que ejercería y conduciría a dicha organización hacia un rumbo acorde con los tiempos. Y en efecto, hasta la fecha, ninguna de las otras tendencias de liderazgo como por ejemplo "las grandes alamedas" que articula al otro sector de la mega tendencia y a la nueva izquierda podría constituirse en alternativa de sucesión.
Puesto así los límites, esto no quiere decir que dejemos de ver los errores de conducción a la fecha cometidos, las promesas no cumplidas junto con los silencios, vacíos de liderazgo llenados con autoritarismos parlamentarios a nivel de las regiones, que de seguir operando se pueden transformar en la articulación de un descontento cultural que puede pasarle la cuenta principalmente a la conducción y a la alianza política tendencial que contiene la actual mesa directiva del Partido Socialista.
Los errores son varios pero los resumiremos en tres: el uso no autorizado de la vocería de Camilo Escalona sobre la próxima candidatura presidencial para dirigir, plantear y publicitar nombre de candidato, la vocería exclusiva y excluyente para la nominación de cargos de gobierno del Partido Socialista dejando a las otras tendencias sin salida de negociación lo que ha dificultado y tensionado por una parte, el entendimiento con la Presidenta de parte de los militantes en general, y de los parlamentarios que no son de la tendencia Nueva Izquierda liderada por Escalona por otra. Y finalmente el error más complejo de medir en términos de su eficacia que se refiere a la obtusa forma ejercer la lealtad hacia el gobierno de la presidenta después de 17 años de retorno a la democracia y de la Concertación.
En verdad, todo indica que la cultura política chilena esta embarcada en una transformación de la cual los partidos políticos no están ajenos. Y en este horizonte, la lealtad además de entrar a ser semantizada por las reglas del mercado de la oferta y la demanda, entra también a ser definida en orden a sopesar votos y electores, intereses instrumentales de personalismos políticos, toda vez, que otras formas de presión o negociación han sido canceladas. También, pasa a ser semantizada en función de un soporte ético, conforme el agotamiento del proyecto político democrático del primer periodo de democratización si es que se pudiera así denominar al periodo de transición que condujo Patricio Aylwin, y los dos periodos de consolidación de la democracia formal de recuperación y estabilización de los derechos sociales y políticos conducida por Eduardo Frei Ruiz Tagle y Ricardo Lagos Escobar.
Recuperando lo anterior, podría decirse que parte de los errores que se perciben en la conducción de Camilo Escalona lo son también de otros presidentes de partidos políticos, la cuestión de fondo sin embargo, es que se percibe una suerte de agotamiento para proveer respuestas satisfactorias que se inserten en esta suerte de nueva cultura política de participación ciudadana en elaboración, a la vez que interpelen y aglutinen a las generaciones que no han sido incluidas en la gobernabilidad actual.
En este horizonte es necesario recordar que: Camilo Escalona surge como presidente del Partido Socialista precisamente para encauzar y abrir dicha instancia orgánica a ese movimiento ciudadano que logró llevar a Michelle Bachelet como primera mujer a la presidencia de la República, y ciertamente al paso que va, se ha transformado en un sólido refuerzo autoritario que recuerda en sus formas de reaccionar y conducir, a nivel cultural, al modo como el autoritarismo respondía a los movimientos sociales libertarios. En este ejercicio, la promesa de inclusión, consolidación y transformación de la orgánica partidaria, consensuada con la mayoría de las tendencias, no se cumple, no se propone, no se visualiza.
En concreto, se percibe al presidente tomando decisiones solo, separándose de la alianza política que lo llevó a la conducción, arrancándose con los tarros como se dice en buen chileno. Y por cierto, ya se le comenzó a pasar la cuenta. En verdad, desde que asumió se supo que el 36% de la lista contrincante: “las grandes alamedas” liderada por Isabel Allende le haría oposición. Pero lo que comienza a observarse es que en la propia articulación política que lo escogió, existe fragmentación y molestia. La evidencia aparece en las últimas votaciones en el Senado, que es donde se puede hacer visible y dejar constancia por ahora de dicha malestar.

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