domingo, septiembre 16, 2007

Casa de Remolienda

Es un lugar común decir en el cine y en relación con los filmes que las adaptaciones de libros especialmente novelas o piezas de teatro, como es el caso in comento, están destinadas a ser malos retratos que no se condicen con la descripción de los conflictos o los detalles de la expresión literaria. Sin embargo, la adaptación al cine de la obra teatral costumbrista de Alejandro Sievecking está siendo una gran diferencia. Impresiona por de pronto en varios aspectos: la actuación de los actores, la producción, la escenografía, la puesta en escena, la música, el manejo del tiempo, la fotografía, la intensidad y el manejo de la misma a través de las distintas historias semi-biográficas y la historia o relato principal. Todo junto en una síntesis que muestra identidades construidas del Chile de antaño, rural más que urbano, tal vez ya por cierto en desuso en el mundo del mercado y del consumo de los grandes edificios, el cemento y el alquitrán donde la pobreza aparece con rostro “modernizado” y farandulero de la pobreza de taco alto y brillantina. En contraste por cierto con lo moderno del film que queda configurado con la instalación e inauguración del cableado de la luz eléctrica en un pueblo alejado de la metrópolis al inicio del siglo XX en el Chile del inicio del desarrollo y la alianza para el progreso.
De hecho el film al inicio muestra en un contraste, la vida del campo de quién cuida ovejas, teniendo como telón de fondo una gran carretera. Tal vez como un indicador chocante para el telespectador de que la mirada será hacia dentro, etnográfica y endogámica de lo que se experimenta tras los cerros, valles y montes. Posteriormente la historia inclusive en su nivel de conflictividad queda reducida a la expresión de los dichos populares, de la música, de las historias simples de esas vidas humanas. En esas circunstancias, impresiona la descripción cinematográfica de la historia sexual del mundo rural, impresiona las fiestas, la chingana, la sonoridad, y porque no decirlo, la ritualidad en las diferentes ceremonias de cada uno de esos detalles. El resplandor que adquieren en su configuración de imagen y relato. En este sentido, podría decirse que el montaje pierde en conflictividad para ganar en configuración mestiza.
Por cierto, que la simbología de “pelar el chancho”, del uso del instrumento musical de la pandereta, así como de las diferentes tomas de los atardeceres, anocheceres, amaneceres, quiebran el ritmo del relato y de las escenas y hacen de soporte a la versión turística en el sentido de que el film tiene la pretensión de “mostrarse también al otro”, como objeto de exportación. Es decir, busca ser un aporte nacional que sintetiza una historia que prácticamente ya se fue de la vida de los chilenos, o que está en extinción, y de algún modo muestra hacia el extranjero “algo” (aliquid) que aún tenemos culturalmente hablando. Sin embargo, lo hace desde la sencillez de los personajes, de la picardía, y porque no decirlo desde esa forma de internalizar y expresar los contenidos de la traición/infidelidad en lo que sería el complejo de nuestra propia Malinche – Lilith por oposición a la simbólica María.
En el tiempo justo, en las transiciones desde una escena a otra, es donde se encuentra el mayor acierto porque generalmente se suele decir que estas películas son lentas precisamente por ser costumbristas. En esta ocasión, no es así o más bien el paso de una historia a otra está movida por la música, por el escenario y por el paraje, como si a través de estos se nos invitara a reconocer significados ocultos, perdidos o deslegitimados de la cultura oficial. Es un gran montaje, al servicio de un cotidiano que se nos escapa y que en su diminuta expresión confiesa esa alegría, esa transparencia, esa sencillez y ese bienestar que respira la tierra.
A los ojos de esta observadora, interesa sin embargo como la cinematografía chilena elabora y muestra la historia de nuestra sexualidad inherente a ciertos personajes símbolos e iconos también de la cultura latinoamericana. En la comparación por ejemplo con Julio comienza en Julio que también es otra obra costumbrista aparece elaborada nuevamente la sexualidad desde la prostitución, desde las prostitutas, desde el huacharaje o guacharaje. Aparece la significación del goce y del placer anclado a estas experiencias de intercambio.
Mucho paño que cortar en esta simbología que bien podrían ser nuestros propios complejos de identidad al modo de Edipo y Electra sicoanalizados que buscan una redención desde el olvido en el sur del fin del mundo. Sombras que se alargan en la noche del dolor, náufragos del mundo
que han perdido el corazón… reaparecen con el renacer de la patria. ¡Buen regalo para septiembre!

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