martes, octubre 28, 2008

La lucha por el Orden es al fin de cuentas la lucha por significar el poder político en la Conflictiva y Nunca Acabada Construcción del Orden Deseado


Los resultados de las recientes elecciones municipales muestran sin duda el punto de inflexión más bajo de la Concertación en lo que va de su gobierno durante estos 18 años. Buscar por lo tanto las razones que expliquen este desplome tiene que ver con la necesidad, principalmente por ahora, de explicar el giro de un posible re-ordenamiento político y de las fuerzas sociales, en un año previo a las presidenciales y parlamentarias. Esto es como decir que volvemos a pensar en el “orden social” no como un conjunto de símbolos y conglomerados políticos ya dados “per se” desde una entelequia continuista disciplinaria y paradigmática, incluso en términos de liderazgos; sino y repensando a Norbert Lechner, se trataría más bien de proponerlo como una construcción conflictiva y nunca acabada que tensiona deseos e intereses en constante redefinición.
Hoy por hoy, estamos hablando de una crisis de conducción y de hegemonía generacional conducida por una élite continuista que instalada desde los 90 puede ser definida a estas alturas del juego político, como una burguesía nacional oligárquica y democratizadora, transversal en términos de partidarios políticos, acomodaticia, y francamente con ribetes de descomposición ética, dada la pitutocracia, el vasallaje de los mandos medios o del monismo moral dependiendo de la posición o ubicuidad de quien lo experimente, que ha ejercido el lobby no regulado, el tráfico de influencias, el tráfico de dineros y de los diferentes capitales (simbólico, cultural y social) desde el sector público al privado en una suerte de red, que también implica la ineficacia de algunas políticas públicas, que no consiguen transformar el soporte cultural de la pobreza.
En cierto sentido, se trata de comprender las razones de fondo del porque de la crisis de “Unidad”, la crisis de orden, la crisis de sentido de gobernabilidad dado un cierto agotamiento del proyecto democratizador. Y esto significa, mirar al fondo las promesas que los últimos presidentes de la concertación han encarnado y que definitivamente no han realizado. No se trata por tanto de pedir, como un Pinochet cualquiera de la vida, orden, disciplina, mandar a la “gente” que se ordene, sin ofrecerle un sentido y una explicación del porque del actual sin sentido de la reproducción del poder político. Es decir, sin explicarle, porque el actual momento se caracteriza por un “vacío de poder”, “vaciamiento de proyecto”.
En otro sentido, se trata entonces de dilucidar en torno a las fuerzas políticas, los actores, los liderazgos en descomposición o en crisis, sopesar su proyección futura en términos de peso, para definir el marco y el escenario de sus luchas individuales, y no necesariamente representativas, por mantenerse vigentes en la redefinición del nuevo ordenamiento social, y construcción de esa “nueva” hegemonía. Es decir, observar el “quantum” para disponer lo que se puede efectivamente, y con la urgencia de lo existente, en las redes, circulaciones y simulacros políticos, en las alianzas y configuración de trenzas, ofrecer de transformación “real”, antes del término del mandato de la Presidenta, para recomponer el orden simbólico cultural aún dominante, recomponer el imaginario decadente si es que efectivamente se entiende la dimensión de la crisis y la importancia de ofrecer alternativas de símbolos culturales previos a las próximas elecciones antes de la derrota definitiva.
Esto es como decir, que las nuevas caras ofrecidas para recambiar la constitución del poder concertacionistas, y nunca realizadas como compromisos y promesas durante estos 9 últimos años, esta re-ingeniería ofrecida desde la diferencia y encarnada a través de Bachelet, que no llegó a concretizarse, y que a su vez fue significada con más nepotismo, amiguismo y una cierta ineficiencia, una cierta corruptela, un cierto conformismo en la repartición del poder central desde el ejecutivo, ha dejado una marca clara desde las regiones y comunas de cara a los resultados electorales. No sirven, no son confiables, no transfieren poder, no vehiculan gobernabilidad, no editan significaciones previas.
En efecto, podrían muchos decir que la Concertación en estas elecciones sufrió los efectos de las fragmentaciones de la DC y del PPD y que bastaría con arreglar esas diferencias para remarcar el “orden”. Es decir, se trataría de recomponer “desde arriba” un orden quebrantado por decisiones de liderazgos “representativos” de la burguesía nacional nepotista democrática instalada. Si se adopta este modelo y se abren negociaciones, esto significara no dar cuenta del efecto que desde los votos y desde las sensibilidades culturales emergentes, estos procesos de “independización del juicio” y de la opción han generado en los electores.
Ergo, significa no tomar en cuenta estos procesos “culturales”, como procesos de autonomización, como procesos de elaboración de la cultura vasalla impuesta por los caudillos parlamentarios durante 18 años y mantenida con un cierto clientelismo, hoy en decadencia. No tomarlos en consideración, significa pensar que se puede reordenar, con disciplinamiento coercitivo, la autonomía generada desde “arriba”, con acuerdos cupulares, instrumentales. En este sentido, la resignificación del orden va implicar una lucha por delimitar el poder de influencia de determinados actores, específicamente los parlamentarios, que no necesariamente “representan” la voz de su gente, representan si sus propios intereses en las futuras elecciones.
En otro sentido, la propuesta de construcción de orden puede pasar por la agudización de las contradicciones. Estos es por una parte, trabajar para entregar el actual gobierno a la derecha política realizando desde un hoy un traspaso progresivo de los mandos medios vía pacto político “secreto” de manutención negociada de los cargos. Lo que podría definirse como una transición pactada gobierno concertación – alianza, manteniendo una cierta visión que no radicalice a las fuerzas políticas y a la ciudadanía, y por sobretodo permita un reposicionamiento de la oligarquía democrática de las familias tradicionales al campo del control político mantenerse en el ejercicio y dominio del poder.
Desde otro lugar, las fuerzas sociales no acordes con esta negociación pactada, trabajarían para profundizar las contradicciones socialmente y generar condiciones para que la Alianza junto a Sebastián Piñera accedan al gobierno, en el entendido que esta ascensión y durante el tiempo que ejerza su gobernabilidad, permitirá redefinir el proyecto democratizador términos sociales, de política de alianzas y contenidos.
Cualquiera sea la significación del orden que se consiga estructurar, lo que está claro es que existirá desde el gobierno una propuesta a corto plazo. Al observar los rostros nacionales y regionales del cambio de gabinete, se podrá observar la dimensión de la ingeniería que efectivamente la elite de la Concertación está dispuesta a sacrificar desde: su oligarquía, su nepotismo. Solamente en ese momento, y a partir del mismo, la ciudadanía podrá decidir como dirimir su propio proceso de autonomización en las deliberaciones políticas. Es decir, profundizar su proceso de desembarque definitivamente del modelo de gobierno concertacionista por inviable, o de continuar en el mismo reforzando sus intereses, sus lineamientos: signos de proyecto futuro.

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