jueves, octubre 09, 2008

Momento de Inflexión Política


El campo estructurado de las fuerzas políticas y organizadas del país enfrentan las elecciones desde el descrédito, la falta de confianza, el desencanto a la democracia oligárquica y la apatía juvenil. Sin embargo, y al contrario de lo que planteó el ex presidente Ricardo Lagos en Estado Nacional (TVN, 2008) esta situación no se explica por la indisciplina de los militantes de los partidos que no acatan de manera vasalla ni clientelar lo que sus directivas buscan imponerles conforme sus intereses que ahora se pueden distinguir y trasparentar en el escenario social. Se explica más bien por un agotamiento de la participación a través del sistema binominal, el cual, favorece en la actualidad no solamente a la articulación de la derecha política instalada desde 1990 a través de la Alianza con dos partidos como la UDI y RN, sino también, a la propia Concertación a través de la ocupación del Senado y la Cámara de Diputados por electos que no se mueven de sus respectivos asientos, muchos de ellos desde hace 18 años, y que en su mayoría, cuando han sido cambiados lo hacen por problemas con la justicia, o sino por muerte. Y a partir de aquí, se suceden desde el nepotismo o desde la nominación indirecta vía Partidos, que a su vez presentan un padrón de militantes no sincerado, no transparentado similar al padrón electoral nacional y además con baja adhesión electoral, es decir, con una densidad necesaria para mantenerse vigentes, pero internamente con poca democracia participativa en la elección de sus dirigentes y en la definición de políticas país.
El momento de inflexión tiene como telón de fondo por cierto la emergencia de la diversidad ciudadana que se abre paso a la participación política por los espacios más inesperados. Por ejemplo para estas elecciones municipales, en algunos casos en el país en las candidaturas a alcaldes, hay hasta 7 postulantes como es el caso de Constitución donde votan aproximadamente 21.000 inscritos, lo cual indica que no se trata de un país, o en este caso de una comuna con inercia de ideas, ni propuestas, sino más bien de un país y de una comuna que no se siente interpretado por los canales tradicionales construidos para participar, y que cansados de buscar y no encontrar espacios más que a través del sometimiento a lealtades políticas espurias, cansados de verse interpretados por y desde culturas políticas monistas moralmente como es la concertación o la alianza, salen al encuentro de la construcción de nuevos liderazgos rediseñando precisamente el espacio marcado y signado para las fuerzas políticas tradicionales.
De un modo general sin embargo, el no acatar u obedecer a la imposición de un determinado partido político o conglomerado en orden a votar ergo escoger al interior de la coalición, significa ni más ni menos pasar a la moral post convencional desde el punto de vista de la adquisición y ejercicio de la ética ciudadana. Todo ello como un modo de deliberar más allá del padrón de comportamiento “dado desde arriba”, incluso desde el “patrón de fundo parlamentario” que no permite el razonamiento desde la comunidad. Por lo tanto en este sentido, se trata de un ejercicio de reflexión y muestra de desarrollo y crecimiento de la autonomía por la lateral. Ergo se trata de un proceso de democratización de la cultura política que redunda en un crecimiento de las asociaciones, agrupamientos, referentes de diferenciación que cambian los criterios de selección y elección al momento de votar. Y de rostros, cuerpos del control de la regulación identitaria que otrora regulaban la adscripción de los cuales se fugan los sentidos que donan “lugar común” y consenso de significados.
Este proceso como no retorno, con posterioridad a la elección, y posterior al fraccionamiento de algunos partidos que incluso tienen representatividad en el Congreso como el PRI, los independientes o el Chile Primero, sumados a la fuerza del Juntos Podemos los cuales por cierto tendrán una expresión electoral, debería necesariamente, mover a las fuerzas políticas ancladas en el institucionalismo partidario del binominal, a reconsiderar sus posiciones y sus posturas en torno al mantenimiento del orden vigente antes de la largada definitiva de la próxima carrera presidencial y parlamentaria. El horno no está para bollos en el sentido que de no consultar, o proponer modificaciones al sistema, la fragmentación política irá en aumento, esto es, la antropofagia no regulada entre ellas que aumentara el canibalismo político no regulado en un clima de violencia y agresión simbólica, es decir, al interior del orden político y su clase etaria en un decaimiento y/o descomposición.
Aristóteles ya señalaba que la oligarquía y la demagogia son desviaciones de los buenos gobiernos cualesquiera sean los formatos que asuman: siguen siendo desviaciones. Y a estas alturas de los procesos de profundización democrática que redundan en ampliación de niveles de deliberación de parte de la ciudadanía, y de conocimiento organizacional burocrático del Estado y del gobierno, lo que comienza a quedar claro además es que, a lo anterior, se suma una creciente toma de conciencia de parte de la ciudadanía en cuanto a que la instalación democrática desde 1990 en adelante y a casi 20 años, se ha sobregirado en su posicionamiento temporal desde la élite, lo que implica generación de incredulidad y desconfianza: grados de erosión de los vínculos, los circuitos, las redes por donde se constituye y se reproduce el poder y sus capitales. Los mismos rostros, la misma secuencia de productividad de sentidos “de orden gubernamental” arroja además de nepotismo asociada a herencias políticas, una suerte de corrupción que acumula “rabia en la desigualdad”. El descontento se transforma en “fuerza de violencia” frente a un orden simbólico aparentemente democrático que se percibe como imposible de modificar porque la pitutocracia ya es una suerte de corrupción instalada en y desde las redes de gobernanza o gobernabilidad de la oligarquía nacional: burguesía nacional en red con burguesía regional en la reproducción de sus privilegios vía sistema de herencia, sistema patriarcal y no cuestionamiento de la propiedad privada que redunda en inequidad distributiva.
En la subjetividad, las grandes cifras comparativas del gobierno de Pinochet versus el gobierno de la Concertación comienzan a ser leídas no solamente como progreso, sino, como calidad del progreso y el desarrollo. No se trata por tanto de que el 30% sacado de la pobreza se perciba instalada en la clase media alta, sino, que tiene conciencia que del salió del E al D en términos de bienestar y desde el ajuste de la clase media y no desde la redistribución justa. Es decir, hay caridad del dar lo que sobra que no es necesariamente dar lo que cada quien se merece, o dar lo mejor. En ese sentido la cultura democrática de la ciudadanía se ha descentrado del vasallaje, mientras, el gobierno que distribuye se parapeta en las buenas palabras y la demagogia.
Por otra parte, el sector que se mantiene como núcleo duro en el nivel E, culturalmente se adaptó el clientelismo populista y a la lealtad conseguida desde el sometimiento a la clase mandarina. Mientras, el sector del gobierno que vehicula las respectivas políticas públicas, en su mayoría mandos medios regionales, mantiene y sostiene una adhesión espuria, cada vez más difícil de sostener. Todo ello será puesto en juego en esta elección y por cierto será clave para la próxima elección presidencial y parlamentaria.
Finalmente, están también y además los dos millones y más de no inscritos jóvenes en el sistema electoral. Es cierto que a la actual clase política no les conviene que voten ni que se inscriban. Para la burguesía mandarina actual instalada que consiguió esta democracia, la vejez del padrón electoral no es un problema, porque así van a continuar siendo electos. Pero ¿Qué pasaría si los jóvenes se inscriben y les piden a sus padres que anulen el voto o que busquen otros candidatos o candidatas en la profundización de la ciudadanía?
Ya lo hicieron una vez con el movimiento de los pingüinos. Pueden re editar esa tarea el próximo año.

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