lunes, diciembre 11, 2006

Constitución, la Elección de Alcalde y la Masonería

Por estos días debería realizarse definitivamente de entre los concejales, la elección para escoger al Alcalde, el cual por cierto debiera terminar el periodo después de la salida de Roberto Urrutia. Y por lo mismo, dada la situación en la cual se encuentra el Municipio, esta elección más que convocar intereses personales, individuales, egoístas, de corto plazo, debería ser vista como una oportunidad para recuperar la dignidad de los habitantes de Constitución y evaluar no solamente la gestión del otrora Alcalde concertacionista del cual la justicia ya diera su veredicto, sino también de quienes han pasado como Alcaldes subrogantes o suplentes, todos ellos de la derecha política hasta ahora, y durante los dos periodos en que como se ha observado, se interrumpió a aquel que fuese electo por sufragio popular.
En este contexto, sorprende entonces comenzar a escuchar rumores ciudadanos acerca de cómo la Respetable Masonería Comunal estaría fuertemente presionando para dilatar el proceso de elección, debido a que no se producen acuerdos entre miembros masones que aspiran llegar a la Alcaldía, o miembros masones que no quieren perder los cargos que han logrado obtener durante esta última gestión de suplencia, y que por cierto vienen también de épocas anteriores. Es decir, se trataría de una institución de orden espiritual que estaría amparando el clientelismo político en el espacio público.
Sin el ánimo de ofender, y con mucho respeto, asombra escuchar como personas o individuos involucran a una institución que tiene un prestigio mundial, internacional en relación con la calidad de sus miembros y los principios filosóficos que sustenta. En efecto, es de conocimiento público la suerte de secretismo que envuelven las prácticas de sus miembros, no solamente en el espacio propio a su ejercicio, la logia, sino en el espacio público y político lo que incluye apoyos, cooperación en orden a preservar la fraternidad de sus hermanos. Es de conocimiento público que tienen formas especiales de reconocerse entre ellos a través de signos en los modos de firmar, de colocar sus nombres para precisamente poder ayudarse cuando se requiera.
Y aunque históricamente esto ha sido una forma de instalación que ha ayudado a la circulación de un capital simbólico y social aspiracional, con movilidad social ascendente, es decir, una forma que ha permitido la circulación del reconocimiento, el prestigio, la honorabilidad, la honra de un determinado grupo de personas, preferentemente hombres, hacia y en el espacio público político, para precisamente destacar y preservarse, allí, donde el Estado Republicano Chileno había sido incapaz de establecer la debida separación con la Iglesia Católica; no se puede en la actualidad, usar estos mismos criterios para abonar a la “pitutocracia”, a la corrupción, a la falta de compromisos que sacan a relucir poderes fatuos y egoístas que no alcanzan a ser democráticos, ni mucho menos solidarios o fraternos, sino, poderes fácticos autoritarios y poco civiles.
En verdad, la cultura política democrática desde el gobierno de Ricardo Lagos y sobretodo en el actual gobierno de Michelle Bachelet viene dando muestras y señales claras en relación con la separación del criterio religioso católico de las decisiones que involucran gobernabilidad, ética, e incluso ciencia en beneficio de la ciudadanía. Por lo mismo, ya no se necesitan de formas de protección ni de padrinazgo que antaño, cuando la mayoría de los estadistas eran católicos confesionales, se necesitaban para progresar en Chile.
En la actualidad lo que la ciudadanía necesita es precisamente ampliarse en derechos humanos, en derechos cívicos y sociales, en respeto a las instituciones y a sus procedimientos, sobretodo cuando estas son frágiles por malos manejos financieros, ausencia de liderazgo, mediocridad en el trabajo técnico y profesional. Se necesita extender la fraternidad universal hacia la sociedad civil. En este mismo sentido entonces, lo que se espera de esfuerzos intelectuales como los que aporta la Masonería a la vida nacional y comunal, es precisamente que valore sus propias normas que históricamente son reconocidas como intachables en la aplicación a los hombres que integran su membresía. Y digo hombres porque aquí se trata de una institución espiritual machista. No como en otros países, Francia por ejemplo, donde se considera que las mujeres también tienen un lugar espiritual de desarrollo que aportar a la sociedad, al conocimiento y a la humanidad.
Dicha y expuesta de este modo el estado de la situación, es conveniente que cada ser humano asuma su responsabilidad política y pública ante la ciudadanía de acuerdo al Estado de Derecho, y por lo mismo que como sujetos individuales no se amparen en una institución espiritual de prestigio y renombre para ocultar sus errores (públicos). Así como la calidad que un miembro de la logia tiene de estar “en sueño” no se puede revocar, ni cambiar, ni alterar conforme procedimientos que son externos al orden y funcionamiento institucional. Es decir, no se pueden trasladar criterios del mundo ciudadano político al mundo masónico, ni modificar o alterar procedimientos que han sido decididos en instancias “privadas” esotéricas por circunstancias públicas y políticas.
Esto es como decir que, ojala los concejales sean capaces de respetar y considerar a las mayorías electorales a la hora de escoger al nuevo Alcalde y que el espiritualismo de los funcionarios públicos municipales si es que está presente, se oriente de una buena vez con una lógica altruista y de buen servicio público porque Constitución es eso lo que necesita.
Y por cierto, hasta la muerte del general es otra señal que esas relaciones tutelares políticas y sociales, autoritarias, construidas durante el oscurantismo de la dictadura para protegerse en estos tiempos se acaban. El tiempo de la vida humana se encarga de oxigenarlas.

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