lunes, diciembre 18, 2006

Del cabildeo a la ideología de la corrupción

Interesante conversación generada sobre los dineros dados a los “gastos reservados” durante los gobiernos de la concertación, antes de la misma, y sobre como todo aquello ha llevado al uso de dos nomenclaturas “cabildeo” o “ideología” de la corrupción. Han hablado: un sub-secretario, un ministro y un diputado de ese periodo, entonces a estas alturas el panorama es claro. Se rescata de Schaulsohn (PPD) la puesta en escena de la cuestión ética en torno a la probidad. Así como de Martner, (PS) su precisión en torno a la forma del “intervencionismo electoral” desde los gastos reservados. De los tres, (se suma E. Boeninger, DC), la cuestión ética en relación a la aceptación implícita de una suerte de empate dada la enorme diferencia financiera con la derecha política asociada a la económica para estos afectos y efectos.
Es decir, nuevamente estamos discutiendo un pasado jugado, sancionado con cierto rayado de cancha, que no permite juicio en el sentido jurídico, pero si podría permitir opinión política en el entendido que el próximo año debieran armarse ya las máquinas electorales para las municipales porque ya se están armando las “cajas chicas” y no hay claridad sobre el rol de los operadores políticos todavía.
Y pareciera entonces que por encima “de todo y con todo” se zanja el punto. No alcanza a corrupción, aunque se trata de formas no trasparentadas de remunerar las actividades públicas y políticas, algunas border line con la cultura, las artes, la investigación, etc. En efecto, las influencias y su circulación del mundo de los negocios al político y viceversa, es difícil de precisar. Y lo que genera suspicacia es el silenciamiento del mundo empresarial y financiero en orden a precisar su participación por una parte, y el modo como el gobierno y la élite mandarina cierra filas “negando” la oscuridad y la discusión sobre la memoria, aunque sea de suyo evidente que no hay ilícito, y que si lo hubiera o hubiese ya prescribió.
Por cierto genera doble suspicacia porque no se puede sancionar la palabra, la pregunta, la interrogante de parte de la ciudadanía al menos en relación con el futuro. Al final moros y cristianos, laicos y masones están en esta suerte de olla criolla, mezclados, en el trasvasije de construir, definir, hacer la política mesocrática con dineros del gobierno y de la derecha económica.
Desde la Concertación, si se abre al menos un entre paréntesis para mirar la máscara esto debiera suponer: elaborar esa suerte de inocencia a-crítica con que se enfrenta, se encara, o se enmascara el asunto a nivel de la opinión pública, se encara o se enmascara el manejo de máquinas partidarias y políticas para campañas y para elecciones, sobretodo en un momento donde piensa legislarse sobre los recursos financieros en materia de Educación con la creación de la Superintendencia, en materia previsional, en materia de sub-contrataciones y las respectivas licitaciones.
Lo que interesa analizar para desactivar y sacar el juego de máscaras es la cultura ética distorsionada de aceptación que se ha evacuado durante estos 15 años de democratización como instalación de un modus operandi. Y es esa la cuestión central hacia la que se apunta cuando se habla de ideología, porque es esa misma “discursividad e imagocracia fatua” de negación de la máscara, lo que hace que se instale esta suerte de corrupción, es decir, el gobierno y algunos partidos políticos no quieren ver la máscara y prefieren “bailar con ella”. Mientras la ocultan, en tanto, juegan a reproducir, mantener y consolidar el vicio, la actividad del modo de operar (del operador político) valga la redundancia. Y es ahí, como en el pasado de Ricardo Lagos Escobar, donde tenemos el problema, porque no entramos a definir, a conversar organizadamente como partidos de la concertación, sobre lo que entenderemos por probidad, por transparencia, por lealtad, y chutamos la pelota… en el entendido que la máscara es la ética que generamos, deseamos y compartimos.
Es cierto que en el debate público existirá una tensión entre lo que tenemos, lo que podamos ver, y la fijación del limite imaginario posible hacia donde esperamos llegar como sociedad y comunidad. Es decir, tenemos un espacio democrático que nos da un piso, un suelo y un rayado limítrofe de evaluación y control para mirar lo que hemos construido. Los gastos reservados son lo que son y lo que han sido: “reservados”, lo cual no quiere decir que tengan que continuar siendo lo que fueron y lo que son: “reservados” porque es precisamente eso, y la máscara sobre eso, lo que hace que la ciudadanía lo observe como “corrupción o corruptela”. Es lo “reservado” lo que precisamente necesita “más” transparencia. Es una perogrullada.
La transparencia que se construyó en el pasado en el pacto con Longueira sirvió un tiempo breve, lo cual quiere decir que hemos avanzado en democracia porque ahora necesitamos más, la pregunta es entonces ¿Cuánto es lo que el gobierno y las directivas de los partidos de la concertación están dispuestos a conceder para el 2.008 en el entendido que está en juego de aquí al próximo año, la base electoral municipal, sustento de las otras elecciones incluida la presidencial que viene a posteriori, y que el presupuesto de los gastos reservados del 2.007 ya fue aprobada? Esto es como decir, que “cabildeo” tenemos para rato.


1 comentario:

Anónimo dijo...

La figura de los gastos reservados, a mi humilde opinión, no resiste ni la más mínima observación, sea desde el punto de vista ético-político como jurídico.
La aparición de estas voces que se han "transperentado" luego de las últimas elecciones no hacen más que desgastar una imagen de la política en general como una actividad meramente lucrativa.
La señal que han dado los distintos personeros políticos, conforme a la usanza de nuestro medio, ha sido mediocre. La institución de los gastos reservados es un asunto zanjado inclusive desde la perspeciva política y no puede ser aceptada por nosotros los ciudadanos. Un país que reclama a gritos más dinero en gasto social y, por sobre todo, en transparencia, no debe aceptar que ciertas personas, ambiciosas de poder, y del lado que sean, reciban platas para solventar campañas, que, más encima, son vacías de contenido y magras en el debate eleccionario, única oportunidad de que afloren las ideas y conclusiones sobre un proyecto país bastante desgastado por malas gestiones consecutivas.