sábado, septiembre 23, 2006

Una conversación muy poco diplomática

Lo sucedido en el escenario político nacional, especialmente con el gobierno y el Ministerio de Relaciones Exteriores a raíz de las declaraciones del embajador venezolano en Chile que revelan el comportamiento político de la Democracia Cristiana en su país, es insólito. Pareciera que la lógica de la argumentación para calificar el acto como “poco diplomático” es decir inapropiado desde el punto de vista de la intervención en asuntos internos, no dice relación con que el señor en cuestión haya dicho “la verdad” sobre la participación y el apoyo que en el 2.002 un sector de dicho Partido, vía cancillería, tuviere o tuviese precisamente al respaldar el golpe de estado a Hugo Chávez, en Venezuela.
Sino y liza llanamente parece que el rechazo se debe más a la idea de preservar el matrimonio ante el que dirán y no dejar que alguien desconocido meta mano donde no debe o donde están los conflictos. Es como re editar esa vieja historia: en pelea de casados es mejor no meterse. En efecto, y solo para echarle más ají es un dato de la opinión pública la posición que el marido de la actual presidenta del Partido Democratacristiano tiene en relación con el latinoamericanismo y el liderazgo de Chávez. Pero eso al parecer no puede ser materia de juicio político. Ni tampoco puede interpretarse como una posición de la cancillería ni de toda la DC.
Es más, mientras la actual senadora Soledad Alvear fue canciller, es evidente que tuvo e implementó una política exterior que descuidó absolutamente las relaciones con los vecinos, al punto, de dejarnos donde estamos, con varios niveles de conflictividad ad portas de los cuales este gobierno ha tenido que hacerse cargo como los sostenidos con Bolivia, Perú, Argentina. Es decir no hubo inversión económica ni en materia de infra estructura puesto que en su mayoría fueron destinados a reforzar lo existente con Estados Unidos en vías de lograr el acuerdo de libre comercio, y con Europa. Pero eso es harina de otro gobierno.
Por otra parte, no fue un asunto de discusión publica pero nuevamente es pan comido que la postura que le costo la salida a Juan Enrique Vega precisamente del Consejo de Seguridad tuvo que ver con la invasión a Irak y con el conflicto que marcó postura en obediencia o desobediencia de cara a los acuerdos que precisamente dicha canciller había tomado en orden a no “hacerle olitas” al gobierno de Bush.
Pero en fin, lo que pareciera ser que molesta a algunos de las palabras del señor embajador no es el simple reconocimiento de una postura política pro norteamericana y una denuncia legítima por lo demás en orden a advertir a los chilenos y chilenas sobre quién es quién dentro de la concertación. Y precisamente como han intervenido en otros países amparados en el aparato del Estado durante otro gobierno. Lo que molesta, es que la ciudadanía se entere, sepa, conozca esos detalles o pormenores que hacen a la política internacional de Chile. Es decir, es mejor mantener la basura bajo la alfombra.
Una democracia sólida en sus relaciones diplomáticas, no debería temerle a la entrega de información ni si esta genera conflictos internos o diferentes posturas. Por lo mismo, no parece adecuado, es más resulta destemplado solicitarle el retiro al embajador por contarle la verdad al pueblo chileno sobre lo que un sector político hace o deja de hacer sobretodo si se trata de lo que hacen o dejan de hacer en “su” país. No se entromete en asuntos internos de un país quién defiende el suyo de cara al comportamiento “si” impropio de alguno de los nuestros. Eso es entender mal las cosas y confundir el ejercicio de la diplomacia con el ejercicio de la falacia y el mantenimiento de las apariencias. No se trata de mantener las formas también ante la ciudadanía. Y si efectivamente, fue esto lo que molesto a La Moneda, entonces quiere decir que la diplomacia tiene elementos de simulacro y de falsedad no justificables. Y que es momento de cambiar detalles “impropios” como estos.
Otra cosa es pensar que las palabras del Señor embajador en momentos en que la Presidenta debe decidir su voto entre Guatemala y Venezuela puedan servir para tensionar las posturas internas. Me preguntó: ¿Qué habría pasado si en efecto Soledad Alvear hubiera sido la presidenta de Chile? O ¿si ella lo fuera de aquí a un tiempo más? El punto crucial está precisamente en la diferencia. Ni ella no es la que tiene que decidir ahora, ni mucho menos asesorada por un marido. ¡Que diferencia!

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